En una democracia madura, los liderazgos políticos deberían representar la combinación entre vocación de servicio, conocimiento técnico y una profunda comprensión y respeto a las instituciones. Sin embargo, en las últimas dos décadas, Chile ha experimentado un fenómeno preocupante: la creciente ocupación de cargos públicos por personas con escasa preparación, pero con una convicción inamovible de tener la razón moral absoluta. Este cóctel de ignorancia, arrogancia y poder ha generado una erosión peligrosa en la institucionalidad, la eficacia estatal y el tejido democrático del país.
El auge del amateurismo político
Desde principios del siglo XXI, el acceso al poder político en Chile comenzó a democratizarse a nivel formal, pero no necesariamente a nivel cualitativo. Lo que se vendía como una “renovación de rostros” o “ciudadanización de la política” ha derivado, en muchos casos, en la llegada al poder de personas que carecen de preparación técnica, trayectoria o comprensión de la magnitud de sus responsabilidades. Lo grave no es solo su inexperiencia: es que muchos de ellos actúan como si el conocimiento técnico y la historia institucional fueran irrelevantes frente a su “superioridad moral”.
La moral como única credencial
Este fenómeno se ha vuelto estructural: individuos que, amparados en causas identitarias, activismo estudiantil o slogans progresistas, han llegado a cargos de enorme responsabilidad creyéndose redentores sociales. Al asumir que su causa es intrínsecamente justa, se sienten eximidos de la autocrítica, de la técnica y del respeto a las reglas institucionales. En su visión, quien disiente es cómplice del “sistema opresor”, un enemigo moral más que un adversario democrático.
Este discurso no solo degrada el debate público, sino que erosiona los contrapesos democráticos y desprecia la institucionalidad. Bajo esta lógica, las reglas del Estado se ven como obstáculos burocráticos y no como garantías de convivencia democrática.
Ejemplos concretos en Chile
1. Revolución sin preparación:
El caso más evidente fue la llegada al Congreso y luego al Ejecutivo de líderes estudiantiles como Gabriel Boric, Giorgio Jackson y Camila Vallejo. Su irrupción se vendió como la “esperanza de una nueva política”. Sin embargo, una vez en el poder, quedó en evidencia su falta de manejo técnico, su visión reduccionista de los problemas del país y su incapacidad para dialogar con visiones distintas. La torpe implementación de reformas, como la tributaria o de pensiones, y el fracaso del proceso constituyente, muestran los límites de gobernar con consignas sin preparación.
2. Designaciones clientelistas e ideológicas:
En gobiernos recientes —tanto de “derecha” como de izquierda— ha sido común la designación de personas sin experiencia en altos cargos públicos, por razones políticas o de cuota ideológica. Recordemos la polémica designación de militantes sin carrera funcionaria en jefaturas de servicios clave como el Sename, Gendarmería o ministerios estratégicos. La falta de idoneidad ha provocado gestiones erráticas, escándalos de corrupción y abandono de deberes.
Por otro lado, el nombramiento de personas que en apariencia cuentan con la carrera funcionaria o experiencia necesarias para ejercer un cargo, como ocurre con el actual Ministro de Hacienda Mario Marcel, o el director del Servicio de Impuestos Internos, el señor Javier Etcheverry, en realidad ocultan objetivos que están muy alejados de lo que realmente necesita el país y los chilenos. En ambos casos su función es exclusivamente presionar el sistema para recaudar más, a cambio de menos.
3. El “Caso Convenios” y el desastre de las fundaciones:
Durante el actual gobierno, la transferencia de miles de millones de pesos a fundaciones dirigidas por amigos, ex militantes o activistas sin experiencia en gestión pública dejó al descubierto un sistema paralelo de favores disfrazado de compromiso social. Lo más preocupante no fue solo la falta de control o la corrupción implícita, sino la liviandad con que se gestionaron recursos públicos esenciales, como si bastara tener “buenas intenciones” para administrar el Estado.
4. Desprecio por la carrera funcionaria:
El reemplazo sistemático de expertos técnicos por operadores políticos ha desangrado el aparato estatal. En lugar de reforzar el mérito y la profesionalización del servicio público, se ha optado por la mediocridad disfrazada de activismo, debilitando la capacidad del Estado para dar respuestas eficaces en seguridad, salud, educación y justicia.
El costo de la arrogancia ignorante
Cuando los liderazgos políticos están guiados más por la arrogancia ideológica que por el conocimiento, la democracia se debilita. Los errores técnicos se multiplican, la ciudadanía pierde confianza en las instituciones y el populismo encuentra terreno fértil para ofrecer “soluciones mágicas”. El riesgo no es menor: Chile puede terminar en una espiral de polarización, descrédito institucional y estancamiento económico.
¿Existe una solución para el deterioro institucional actual?
Siempre existen soluciones a los problemas políticos. Las más simples, derivadas de las promesas populistas de las campañas políticas, son usualmente las que jamás van a entregar una solución real. Hoy el deterioro institucional y el daño a la democracia han dejado heridas profundas en nuestra sociedad, y una única salida viable es disminuir radicalmente el tamaño del Estado para dejar solo a aquellas personas con preparación y vocación de servicio público. Al mismo tiempo urge para Chile una auditoría profunda que sancione a todos quienes han estado envueltos en problemas de corrupción. De este modo es mucho más factible impedir que el Estado esté ocupado por individuos arrogantes y/o corruptos, al contar con mecanismos de control mucho más eficientes en un grupo de funcionarios públicos más reducido y profesional,
Una advertencia urgente
La democracia no se construye con discursos morales ni con frases de Instagram. Se construye con preparación, responsabilidad y respeto a las instituciones. Chile necesita urgentemente volver a valorar el conocimiento, la experiencia y el sentido común en la conducción del Estado. De lo contrario, el país continuará siendo gobernado por aprendices con ínfulas de salvadores, cuyas buenas intenciones seguirán pavimentando el camino al fracaso.