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La política chilena y su crisis moral: la maquinaria que destruye a los buenos

En Chile, la frase “todos los políticos son malos” se ha instalado con fuerza en la opinión pública. No es una simple percepción, ni un eslogan vacío. Es el síntoma de un problema más profundo: la sensación de que el sistema político está capturado, contaminado y estructuralmente diseñado para expulsar a quienes realmente podrían aportar al país.

Durante años, ciudadanos de distintos sectores han observado cómo figuras prometedoras—personas preparadas, independientes, con valores y trayectoria real—son destruidas antes incluso de consolidarse como alternativas serias. Y quienes sobreviven, en la mayoría de los casos, no lo hacen por mérito, sino por obediencia a redes de poder invisibles para la población general.

Este fenómeno no es casual. No es azaroso. Es el resultado de una maquinaria que opera silenciosamente, pero con eficiencia quirúrgica.

La estructura del poder: operadores, intermediarios y guardianes del estatus quo

La política formal es solo la superficie. Lo que ocurre detrás de ella rara vez se muestra en televisión o se registra en actas. Un grupo reducido de operadores, consultores y articuladores—muchos sin cargos oficiales ni responsabilidades públicas—controlan:

  • quién puede competir,

  • quién recibe financiamiento,

  • quién es promovido,

  • y quién debe ser destruido.

Estos grupos no están compuestos necesariamente por ideólogos. Son, en la práctica, gestores del poder que trabajan para mantener un orden conveniente a sus intereses y a los de quienes representan.

Su misión es simple: proteger a los suyos y neutralizar cualquier amenaza externa, aunque esa amenaza sea una persona honesta.

Cuando aparece alguien distinto, el sistema reacciona

Los casos abundan. Cada cierto tiempo surge un líder natural: alguien competente, reconocido en su comunidad, con una carrera profesional sólida y sin vínculos tóxicos con la vieja política. Y, casi siempre, el guion se repite:

  1. Primero viene la mentira: se fabrican historias para instalar sospechas tempranas.

  2. Luego la difamación: acusaciones anónimas, audios editados, rumores disfrazados de filtraciones.

  3. Después el ataque personal: la vida privada se vuelve un arma política.

  4. Finalmente, la amenaza: desde presiones laborales hasta amedrentamientos velados.

Para el ciudadano común, estas prácticas no siempre son evidentes. Para quienes intentan entrar al sistema, en cambio, se vuelven un muro infranqueable. Quien no está dispuesto a ensuciarse, se queda afuera. Quien no acepta las reglas implícitas del juego, es eliminado.

El costo humano: vidas, familias y carreras arrasadas

Detrás de cada operación política hay un impacto real, personal e irreparable. Familias expuestas en redes sociales, hijos atacados con información falsa, reputaciones destruidas en cuestión de horas.
Y cuando meses después se demuestra que todo era mentira, ya nada importa.
El daño está hecho.
Los responsables, en silencio.
El país, nuevamente, sin alternativas nuevas.

Esto no solo erosiona la confianza ciudadana; aniquila el talento.

Un país que se queda sin líderes

Chile enfrenta desafíos gigantes: seguridad, economía, educación, crisis institucional, narcotráfico, inmigración descontrolada, falta de rumbo estratégico.
Y, sin embargo, el sistema político—el mismo que debería atraer a los mejores perfiles para enfrentarlos—se dedica a expulsarlos.

No es que no existan personas capaces y honestas.
Es que la política actual se ha transformado en un entorno hostil para ellas.

Mientras tanto, quienes han hecho del aparato público su único proyecto de vida, quienes dependen del Estado para sostener su influencia o sus ingresos, son los que se mantienen y ascienden.

La crisis no es solo política: es moral

Cuando un país permite que operadores sin rostro definan su futuro, la democracia pierde sustancia.
Cuando los ciudadanos se resignan a elegir “al menos malo”, la política deja de ser un espacio para las ideas y se convierte en un campo de supervivencia.
Cuando la mentira, la difamación y el chantaje son prácticas normalizadas, la institucionalidad deja de servir a la gente y comienza a servir al poder.

Chile no está en esta situación porque sus ciudadanos lo hayan querido.
Está aquí porque el sistema ha sido protegido por quienes más se benefician de él.

El despertar necesario

Sin embargo, la historia muestra que ninguna estructura corrupta es eterna.
Cuando la ciudadanía toma conciencia, cuando exige transparencia y rechaza los montajes, cuando deja de premiar la manipulación, el sistema se ve obligado a cambiar.

La pregunta no es si Chile puede limpiarse de esta política sucia.
La pregunta es cuándo decidiremos dejar de tolerarla.

Porque al final, la verdad es simple:

No todos los políticos son malos.
Pero a los buenos… no los dejan llegar.

Vea el capítulo completo en https://www.youtube.com/live/jE6IlExt_x4

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